
Paso a paso muestra la noche
su ropaje oscuro donde ningún
clavo consigue rayar
ni pluma grabar palabra
o imagen sin perderse en aquel
fatal tumulto de silencio.
Las colinas desaparecen como
engullidas por una boca y se
alza un leve viento dispersando
los últimos temores que quedan
en nuestros pies como papelajos.
Llegan de improviso las sombras:
los gatos buscan amparo en las luces
que preanuncian el fuego de la lluvia
y el fragoroso trueno que dejará atónitos
los rostros perdidos bajo las luces
de las casas. Todo juega olvidando el día.
A veces en esta seda de tinieblas
nos hemos puesto en marcha
para que no nos encuentren allí cuando
la única verdad esté de nuevo muerta
y no veamos que materia inerte
se desmigaja entre los cuchillos del sol.
Nos quedamos aquí, ahora, ilusionándonos
con que no pase la vida y podamos
amarnos, de nuevo otra vez,
bajo las estrellas tibias y la luna
inflamada por las miradas enfebrecidas
de todos los amantes que sólo
se nutren de los ríos que relajan las carnes.
Perdámonos en el infinito que
descubrimos en los ojos
en cada batido de pestañas
cuando los párpados caen
para barrer el tiempo
y preanunciar la esencia.
Osamos quedarnos con los ojos
cerrados mirándonos por fin dentro
y releyendo la cinta ajada
de la memoria que habíamos recluído
en en el último rincón del corazón.
Mira, veo los primeros colores,
pequeñas mariquitas naranjas
en las manos de mi padre
que se arrodilla en la yerba
del monte sacro para
desvelarme un secreto;
Un desván de paja y huesos
herméticamente cerrada donde
poder volar o desaparecer
sin el miedo del día.
Aquí las plantas son realmente verdes
y los hombres tienen manos
para secar los rostros de los pobres
en un mundo donde no hay pobres.
¡Ah! Las manos, ¿para qué se necesitan
las manos en un recinto de objetos
que no nos pertenecen y sólo
herimos hasta la muerte con nuestros
anhelos de posesión que terminan
en un loco rumiar que ilusiona la mente
de un crecimiento cuando en realidad
sólo infla el estómago de gusanos?
Para qué se necesitan los ojos
si todo lo que deberíamos ver
aparece sólo en nuestros momento
oscuros, cuando estúpidamente
nos creemos ciegos.
***
Si supiésemos que somos arena
cerraríamos bien las ventanas
y las puertas para no ser por el viento
desmembrados.
Depués rodaríamos en la playa
en los días de sol
para remendar los agujeros del cuerpo;
confluiríamos felices en todos los recipientes
para robarle la forma y los olores.
***
En este papel está escrita mi vida,
un árbol plegado sobre su herida.
La tinta roja discurre por la piel,
los puntos y las comas son cabellos
y estrellas: ojos de mar dejados en las naves,
casas destruídas, vigas podridas.
Este papel es negro como la tempestad,
pueblos destruidos donde no había fiesta.
Este papel quema como la razón,
relámpagos en el cielo veo un millón.
Este papel es un cielo donde no hay Dios,
este papel está solo…
este papel no vuela…
este papel…
soy yo.
***
La última maleta abierta
de trémula incertidumbre.
Es en la oscuridad de su sueño
mi padre, a mi lado,
y ya lo siento llorar
lo que en el aire
de septiembre advierte.
Oh, cuántas veces volveré
hacia atrás mis ojos que te ven aún
solo, cerca de aquellos tizones esperándome.
El rojo, el negro, el hilo dental…
y el vacio está casi lleno en apariencia.
Chirría la ventana del terrazo
y desciende entre mis pies el viejo gato.
El corazón casi se me para
todo en un gesto:
bate, bate, bate
el viento en la puerta:
“¡es el alma de quien no retorna!
Tiene la voz rota…”
Pero es la hora, está preparada:
la última poesía mía con esta pluma.
A ti sólo dejo
la tinta para el juego, el papel para el fuego.